Garabatos #32 | Un océano de palabras
Pienso sobre qué escribirte hoy.
No te interesará saber lo que a veces cuesta enfrentarse a la pantalla en blanco.
Prefieres entrar, leer e irte. Yo hago lo mismo, no te culpo.
En ocasiones recibo cartas que me emocionan. A veces, pienso respuestas que nunca enviaré. Muy de vez en cuando, escribo de vuelta.
Pero leo. Siempre leo. Porque esas cartas son ya parte de mi vida. Porque las espero. Y porque, de cierta manera, las amo.
Pienso sobre qué escribirte hoy y abro una página al azar del libro ‘El gozo de escribir’, de Natalie Goldberg.
Leo:
“Cuando nos dedicamos a escribir es importante mantener al creador separado del revisor, o sea, del censor interno, con el fin de que el creador goce de un amplio espacio para respirar, explorar y expresarse”.
Y tecleo:
Escribimos desde nuestras entrañas cuando sabemos que nadie más nos leerá. Que para estas letras existen solo estos ojos. Pero cuando pensamos que estas mismas palabras las leerá cualquier otra persona, cualquier extraño, comienza la revisión. La edición. La frase que sé que me hará conectar.
Escribir es hacer que los pensamientos se transformen en letras y en significados y en recuerdos. Es capturarlos y dejarlos atrapados en el papel. En la pantalla. Con mejor o peor gracia. Pero capturarlos. Para observarlos, compartirlos -si uno quiere- y comprendernos.
Porque lo personal es universal. Lo dijo el psicólogo Carl Rogers.
Escribir es todo eso… salvo cuando el censor se pone al timón.
En ese caso aparece un océano imposible de llenar con palabras. Esa pantalla en blanco a la que a veces me cuesta enfrentarme.
No te interesará saber.
Prefieres entrar, leer e irte.
Y no te culpo. Yo hago lo mismo.
Pero hoy pienso sobre qué escribirte.
Para que, tal vez, por fin, me esperes.
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-Séneca-