Garabatos #33 | Saltar las vallas
Escribo sobre la autenticidad y las programaciones mentales, una anécdota con la escritora Mariana Enriquez, los talleres de Aniko Villalba y un perro que quería saltar la valla y volar.
ALGO QUE ME GUSTA DE ESCRIBIRTE es que aquí no tengo que ajustarme a moldes. No tengo que ceñirme a normas que me desquician el ánimo y las ganas, del tipo “pon un amplía en lugar de un refuerza en este titular”. Aquí tengo margen para seguir mi estilo o romperlo. Para escribirte una carta o varias fragmentos. Para contarte o experimentar.
Porque en la vida, en general, todos somos muy parecidos. Estamos programados con el mismo código, con las mismas reglas y con una inclinación a la autoexigencia que no siempre es saludable. Creemos que mucho de lo que experimentamos o sentimos nos hace genuinos. Pero no es así.
Y, al mismo tiempo, sí es así. Porque todos somos únicos, aunque haya que escarbar mucho para encontrar, bajo capas y capas de sedimentos de normas, creencias y valores, esa autenticidad que no es propia.
¿Tú sabes cuál es esa autenticidad que te es propia? ¿O sigues a varios influenciadores para copiar cómo visten, qué opinan, qué votan? Dime que no votaste a Alvise…
Y según digo esto, me riño mentalmente. Punto número uno: cada uno puede votar a quien quiera. Punto número dos: el planteamiento que hago culpa directamente al individuo. Pero, ¿qué culpa podemos tener si estamos programados, como decía, con el mismo código? ¿Si aquí se trata de que todos seamos calcos productivos y manipulables? ¿De ser más emocionales que reflexivos? De alguna manera tenemos que expresar tanta insatisfacción, aunque sea por cauces indeseables.
Por eso me gusta cuando Alicia, mi hija, disfruta explorando los límites de lo correcto, esa difusa linde que separa el bien del mal. Ocurre, por ejemplo, cuando improvisamos un cuento y ella se niega a darle de comer a su amigo el mono. Alicia ríe y yo la dejo hacer. Es solo una fantasía, pero la creamos y explotamos juntas. Sin contenciones ni programaciones prematuras.
A VECES, ESTANDO AQUÍ, tecleo sobre lo que supongo que esperas leer. Otras, en cambio, sé que lo que escribo puede que te importe tres narices, que diría mi madre.
Por ejemplo, puede que te importe tres narices que el domingo pasado, por fin, pudiera estar un ratito con la escritora argentina Mariana Enriquez, mi intelectual favorita. Creo que la adoro a ella más que a sus cuentos. Sí, es mi influenciadora 😊 Sus redes sociales no me aportan eso que disfruto de ella, pero sus conferencias son oro. Su inteligencia es bestial.
Para que me recordara, le conté una anécdota que compartimos hace unos meses, cuando encontré la chaqueta (y el pasaporte) que perdió justo antes de dar una charla en Madrid. “Soy la persona que encontró tu cazadora de cuero”, le dije. Ella me cogió la mano, me llamó santa, me firmó un par de libros y yo volví a casa tan contenta.
EN PAÍSES BAJOS VIVE OTRA ARGENTINA QUE ADMIRO. Se llama Aniko Villalba y tiene una capacidad asombrosa para que, quienes la escuchamos, leemos o cursamos sus talleres online, nos lancemos a escribir cualquier cosa. Ella es una gran defensora de la escritura cronometrada, una técnica que yo no conocía pero que me parece eficacísima para hacer que el texto exista.
Ella dice “tienen seis minutos para escribir a partir de esta imagen, de esta idea, de esta canción, de este verso…” y tú te pones, escribes y, oye, a veces cazas algún pensamiento o historia interesante. Otras muchas cazas una birria, también hay que decirlo.
Me acordé de cuando Bea y yo íbamos al bar Duendes azules, en Malasaña, a escuchar recitales de poesía y a leer lo que cada uno escribíamos a partir de las consignas que nos daban los organizadores. Yo nunca salí al escenario a leer nada mío. Pero guardo algún vídeo de Bea leyendo en público lo que había escrito unos minutos antes. Qué bien lo pasábamos. Y qué pocas veces repetimos. En parte porque el reverso de estas experiencias era la petulancia de algunos de sus asistentes. Y no podíamos con ello.
PARA ENTRAR EN EL ESTADO DE ESCRITURA, Aniko nos pidió que escribiéramos lo que nos saliera mientras sonaba una canción. Nos puso este tema de los Hermanos Gutiérrez, un dúo suizo que tampoco conocía de nada, pero que ha sido uno de los descubrimientos de mi mes de junio:
Y, mientras la escuchaba, a mí me brotó este cuentito con el que despido la carta de hoy:
Un perro salió a pasear, solo, sin su dueño. Quería redescubrir sus instintos. Olfatear, sentir el viento en el hocico, las patas libres, el cuello sin correa. Al principio sus pasitos fueron lentos, temeroso de que algo malo le ocurriera sin supervisión humana. Pero, tan pronto como comprobó que podía valerse por sí mismo, aceleró el ritmo, saltó una valla y descubrió un campo que ahora, sin las argolla apretándole el pescuezo, ni la mirada de su amo taladrándole el cogote, ni el "ven aquí" de su dueña, ni los silbidos... sin nada de eso, pensaba, ese campo le parecía enorme, inmenso. Corrió con la lengua fuera, colgando hacia un lado de la boca, mientras saboreaba la libertad. Cerró los ojos y no paró de correr hasta que le entró una sed que calmó en un riachuelo al que nunca había llegado con sus amos. Retozó sobre la hierba fresca, saltó junto a las mariposas y, cuando creía que estaba a punto de desplegar sus propias alas, la puerta de casa lo despertó. “Vamos, Patas”, escuchó, “es hora de bajar a hacer un pis”.
Un abrazo,
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📚 Libros que quiero leer. ¿Tienes alguna recomendación?
“El ser humano tiene unas alas que no conoce”
-Gustave Thibon-
Todos somos un poco ese animal que sueña y al que despierta su realidad cotidiana... Muy bonitas tus reflexiones guapa.