Garabatos y cuentos #15 | Pío, pío, ¡pum, pum!
Ahora que estoy pensando en cerrar todas mis redes sociales, echo de menos los tiempos en los que todo en ellas parecía tener sentido.
Antes de nada… ¿cómo eres tan pedorri de no responderme la encuesta del miércoles? Hazme el favor y pulsa dos opciones, que no te lleva nada y a mí me ayuda.
Abrí mi cuenta de Twitter en 2009. En parte lo hice por amor, porque me enamoré de alguien que era un auténtico entusiasta de esta red. Pero también lo hice por una cuestión profesional. En aquella época creo que, en toda la empresa, éramos apenas ocho los que teníamos cuenta, me sentía una pionera y, además, solo encontraba alegrías en ella. Siempre le estaré agradecida por haberme presentado a personas como Gonzalo García y Alberto Blanco. Por haberme ayudado a difundir mis artículos. A descubrir los Eat&Tweets, los EBE y por haberme dado acceso a personas que, de otro modo, siempre hubieran quedado desdibujadas al otro lado de la pantalla del televisor. En aquella época escribí este post que hablaba de todas las bondades de Twitter y que corrió como la pólvora de tuit en tuit. El editor que mencionaba era Roger Domingo, que seguramente ya no se acordará de mí… ni de lo que hay en mi carpeta olvidada. Qué jóvenes éramos todos. Y cuánto me gustaba Twitter.
Claro que todo esto es muy anterior a la época actual. Para mí, todo cambió el día en que Pedro J. Ramírez descubrió la red social y dijo que todos lo que trabajáramos en Unidad Editorial teníamos que tener un usuario y, además, ponerlo a trabajar para el grupo. Desde ese momento, todo cambió. Mucho y muy rápido. No porque Pedro J. lo hubiera descubierto. Sino porque había visto venir la ola gigante. Y entonces Twitter se convirtió en The Big Bird, el bar de moda, con codazos para pedirte una copa. Ese bar en el que puedes exhibirte, pero no hablar o bailar, porque el ruido es tremendo y todo está lleno de corrillos alrededor de futbolistas. En las teles empezaron a emitir programas dedicados a Twitter. Los tuits sustituyeron a los titulares en los tikets de los informativos. Un tuit de un político alcanzó la categoría de declaración ante los micros. Viralizamos los mensajes más estúpidos. Surgieron los memes, los bots y un algoritmo decidió que contenidos tuyos mostraba y cuáles silenciaba. A menos interacción, menos promoción. Y la red de la conversación, se convirtió en la de la crispación. Y luego llegó Musk y aceleró la lenta muerte de Twitter…
Por eso llevo tiempo pensando no solo en cerrar Twitter, sino todas mis redes sociales. Y me resisto porque, solo a veces, las sigo encontrando útiles para detectar algún tipo de contenido. Pero ya sé que nadie me encontrará allí, que a estas alturas da igual que haga o no haga, que no conoceré a nadie, que, como mucho, “seguiré” a alguien. Y que el esfuerzo para encontrar la pepita de oro será enorme, porque ya no hay pepita que valga. Ni conversación, ni ventana a través de la que ver qué hacen o viven o penan tus “amigos”.
¿Te aburres? Te conectas a una pantalla para admirar, envidiar, acomplejar a tu subconsciente y, luego, medio olvidarte de todo en medio minuto. Y si el algoritmo -o Dios- afinó bien, también compras. Un centro comercial, con personas, muchos anuncios y algún conocido con el que cruzarse. Eso es mi Instagram.
Y por eso estoy aquí. En estas cartas. Intentando hallar un pequeño refugio donde poder relacionarme con esos amigos y los que estén por venir. Sin publicidades. Sin algoritmos. Sin futbolistas. Y con camareros que te atienden con una sonrisa
.¿Tú cómo lo ves? ¿También te has plateado salirte de esta rueda? ¿O encuentras más ventajas que inconvenientes a tus redes?
En fin, en unos días cumpliré 43 años. Y se nota porque esta carta me ha quedado muy mundo viejuno :)
Te regalo una canción. Pronto te hablaré de varios libros.
Lo dicho, acuérdate de la encuesta. Solo quedan dos días para que se cierre automáticamente.
Y eso es todo por hoy. Ya sabes que, como siempre, estaré encantada de que continúes la conversación por email. Si lo prefieres, también puedes pulsar el icono del corazoncito o dejarme un comentario.
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Un abrazo,
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Sí, hace tiempo que he vuelto a tirar de memoria para recordar los cumpleaños (como el tuyo, Lorena, que es hoy, ¡felicidades!).
Gracias por la inspiración, José ❤️
Coincido por completo. Si las redes tuvieron un componente social, hace ya tiempo que lo han perdido. Cory Doctorow hablaba en uno de sus artículos de la "mierdificación" (la mejor traducción que se me ocurre) y tiene toda la razón.
Creo que solo los contenidos largos, cuidados, mimados y pensados, como pueden ser estas newsletters, son los que nos pueden hacer recuperar esas conexiones que tejíamos originalmente.
Un placer haber descubierto estas cartas (gracias a Notes, por cierto).
Pienso mucho en esto, en la simulación que hacemos de la vida y en consecuencias de creer real lo que parece, cada vez más, una ficción. El "centro comercial" me resulta cada vez menos interesante y más devorador.