Hace unos días recordé algo que me contó una conocida hace muchos años. Decía que estaba tan feliz con su novio, que la noche anterior se había despertado abrazada a él y llorando. ¿Llorando?, le pregunté. Sí, lloraba porque sabía que llegaría un día en el que esa relación se acabaría. Antes o después, decía, creo que me dejará. Con independencia de todas las lecturas que podamos hacer de su miedo, hay una parte que entendí muy dentro de mí: a pesar de que con frecuencia tendiéramos a la queja -porque nos pagaban poco, porque el trabajo nos quemaba, porque en Tinder no encontrábamos más que tarados…-, a pesar de todo, digo, sabíamos que éramos afortunadas. Afortunadas por tener a los nuestros con salud. Por tenerlos, simplemente. Por ese trabajo que nos quemaba. Por los amigos. La salud propia. La juventud. La ilusión de un futuro mejor… En aquel tiempo podrían faltarnos muchas cosas, pero teníamos esa fortuna. Y todo eso -como el novio de aquella chica, que efectivamente, acabó dejándola-, se perdería un día. Ese pensamiento me produjo vértigo.
Mi abuela solía decir que "no pasa nada y si pasa, con no hablarlo…". Y mi padre que "lo bueno de las malas rachas es que también pasan". Y un amigo que "en las carreras de vallas, las vallas se saltan de una en una". Y todas son frases que pienso mucho estos días en los que aquella conversación y aquellos miedos -los de mi conocida y los míos- me asaltan conscientemente o en sueños. Porque desde que mis padres han enfermado casi a la vez, solo tengo pesadillas y tics en los ojos.
Sé que todo saldrá bien, pero estos días siento un terremoto dentro de mí. ¿Recuerdas las islas de la película 'Del revés'? Pues así estoy, cuidando de mis tambaleantes ruinas -por suerte aún no demasiado antiguas- mientras a su lado construyo un soleado islote con parque de bolas y bebé.
No hace falta que me preguntes cómo están mis padres. Son jóvenes y están o estarán bien por muchos años. Y salvo las pesadillas y los tics, yo también lo estoy. Gracias. Pero a mis 42 años siento que no estoy preparada para un cambio de fase. Aun los necesito.
Cuando tenía mi edad, hacía años que mi madre era huérfana. Yo la veía, desde la distancia infinita de la infancia, y pensaba que, aunque se pusiera triste, a sus años seguramente una estaría preparada para lo inevitable. Pero nada que ver. Una nunca está preparada para despedirse de quienes quiere, ni para verles enfermar. Ese pensamiento sigue produciéndome vértigo1.
Espero que tú estés bien. Nos leemos en unos días2.
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Un abrazo,
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Bueno, aunque quizá no lo parezca, me ha costado mucho escribir esta carta. He escrito y borrado constantemente. He pensado qué debía contar y qué no, qué debía compartir y qué guardarme. He sentido pudor. Me he desnudado en el papel para volver a cubrirme, a continuación, con retales sueltos del texto. Al final ha quedado una versión reducidísima. Siento si la lectura te parece caótica. Pero, como dice mi padre, la semana que viene “Dios proveerá”. Hasta entonces.
La foto es del videojuego ‘Limbo’.
Ay Tammy!! Que rápido pasa el tiempo y la de cosas que se aprende mientras disfrutamos de la aventura de la vida. Tengo muy buenos recuerdos de de nuestra época del instituto. Carpe diem!! Un beso grande!!!