¿No te parece que cada vez dedicamos menos tiempo a pensar sobre lo que sucede a nuestro alrededor? ¿A analizar qué noticias nos llegan, cómo nos llegan, cómo juzgamos al vecino, de qué se habla en las tertulias de la tele, de la radio, de las redes, qué se omite, cómo se marca la agenda informativa, la agenda electoral, qué entendemos por cultura, por qué es importante la educación, la inversión en ciencia, el relato político, esta constante distracción en la que estamos…?
A mí me gustan las personas reflexivas. Las personas que piensan. Que tienen una opinión propia. Que no se dejan presionar por la urgencia de la inmediatez. Que ni siquiera creen en tal urgencia. Pero tengo la extraña sensación de que el pensamiento crítico es cada día más escaso.
No me queda más remedio que referirme a las redes sociales, pero también podría retrotraerme diez, veinte o treinta años y hablarte sobre la telebasura que consumíamos a diario. Porque nos sentíamos solos, porque nos sentíamos vacíos, porque necesitábamos temas de los que hablar con los otros o, sencillamente, porque estábamos extenuados, ansiados y el entretenimiento facilón nos hacía de bálsamo. No nos culpo de ello. Al menos, no únicamente. Creo que responde a algo más profundo. Y que excede nuestra propia voluntad.
Hoy muchos no ponemos Telecinco, pero pasamos horas en redes sociales. Antes decíamos que era para estar en contacto con amigos. Ahora el motivo suele ser entretenernos y enterarnos de lo que está pasando. No es que entremos para encontrar enlaces a noticias. Entramos para que se nos diga qué es noticia -el trending topic, de lo que se habla-, para que se nos den tres o cuatro pinceladas del tema -un hilo de tweets, un vídeo, un meme- y una opinión o conclusión sobre dicho tema. Entonces nos convertimos en altavoces de esta opinión, de ese meme, de ese hilo, de ese vídeo y esperamos una recompensa que siempre llega antes y más lejos cuanto más activo eres. Dichoso algoritmo que premia la inmediatez y el gregarismo1. Que nos obliga a pronunciarnos constantemente sobre todo. Que condiciona nuestro pensamiento y nuestro voto.
Pero es que, quizá, que tengamos siempre prisa y que seamos poco reflexivos es lo más conveniente para el mantenimiento o recrudecimiento de este sistema en el que vivimos. De esta no-ideología que respiramos. La palabra “ideología” parece perversa. Suena a control, a totalitarismo, a manipulación. Y es bien sabido que nada de esto ocurre aquí y ahora, ¿verdad?
Dice Marco d’Eramo en su denso ensayo ‘Dominio’ que lo importante de una ideología es que no se note que existe, que parezca que esto es así porque es así. Punto. Sin debates. Sin cuestionamientos. Sin personas que reflexionen. O, lo que es peor, sin grupos que reflexionen y actúen juntos. Por eso es importante que esto siga así: que continuemos siendo meros altavoces gastados, mecánicos, sin alma, con uñas postizas, enganchados a un iPhone pagado a plazos, narcisistas, influenciables, bailarines. Marionetas en todos los sentidos.
Vivimos en un sistema con una no-ideología que nos conecta como individuos en lo superficial, pero que a menudo nos aleja como humanos que viven en comunidad. ¿Para qué mantener un Estado del Bienestar? ¿Por qué ser solidarios? ¿Por qué defender que tus oportunidades sean las mismas que las del vago de tu primo? Lo que importa es tu talento, tu éxito, la libertad -y el libre mercado-, tu foto de perfil, lo que tienes, lo que ganas, ser el mejor, tu carrera profesional, la competencia, el botox, la juventud, la belleza, tus seguidores.
Si estás muy conectado con esta ideología, creerás que todo esto depende de ti y de tu esfuerzo; si te sitúas un poco más a la izquierda, defenderás unas políticas públicas que ayuden a que todos podamos optar a este objetivo triunfalista. Pero, sea como fuere, te estarás moviendo dentro de un marco de pensamiento, de una ideología, donde los partidos políticos gritan, nos crispan, se apoyan, coinciden, se censuran, sí, pero siempre dentro de dicho marco, de dichas reglas.
El talento, por ejemplo. Yo me harté de escribir acerca del talento, de la retención del talento, de su atracción, de su escasez. Pero la enorme verdad es que el talento genuino no siempre te conduce al éxito. Sobre todo en esta sociedad, donde “éxito” es sinónimo de “dinero”. Conozco a personas increíblemente talentosas trabajando de sol a sol a cambio de un sueldo que no llega a digno. Conozco personas increíblemente talentosas que están en paro. Conozco a personas increíblemente talentosas que viven acomplejadas profesionalmente. Que sueñan con labrarse una marca personal, como si fueran un detergente, un producto, una cosa. Personas que se culpan. Que sufren. Que se preguntan en qué momento de su carrera fallaron.
En qué momento de su carrera… “carrera”, otro término que alude a la competición, no a la cooperación, no al bienestar colectivo.
También conozco personas mediocres que ocupan puestos directivos y que exigen pagar menos impuestos para no mantener a tanto parásito social.
Y a celebridades no tan mediocres. Marqueses, nobles y amiguísimos, muy bien formados, ganando fortunas en la televisión, en firmas de moda, en política y en periódicos por trabajar unas cuantas horitas a la semana. O por vender unas fotos. No lo parece, pero son piezas importantísimas del sistema. En parte porque nosotros, haciendo uso de nuestra exigua libertad, decidimos que es con la vida de ellas y de ellos -y con su estilo y su belleza y su juventud y su elocuencia- con lo que nos queremos comparar antes de ir a dormir. Seguramente después de un día que se ha ido sin dejarnos tiempo para nosotros.
El tiempo que necesitamos para explotar hacer aflorar nuestros verdaderos talentos. Hacerlos aflorar para monetizarlos, porque de eso se trata. Siempre. De competir. De ganar. De ser el mejor. De brillar. Tú. Y tu dinero. Tu vivienda. Tu seguro médico. Tus vacaciones. Tus ideas. Tus redes. Porque sabes que, con esfuerzo, hasta un bedel puede llegar a presidente.
Y haciendo uso de tu libertad y de tu prisa, eliges no cuestionar nada. Leer solo titulares, que te digan qué has de opinar. Decides que la interpretación de la realidad que ves en una pantalla o que escuchas en la radio es la realidad en sí misma, que las películas solo sirven para entretenerte, que al cine solo se va a ver taquillazos, que hay señores malísimos creando guerras contra señores buenísimos, que hay quienes vienen a quitarte el trabajo, que Alfred Nobel creó un premio de Economía, que la música urbana es la música de las clases medias y bajas. Que por eso mola, que por eso es revolucionaria. Que a tu vecina del quinto tus problemas le importan un pimiento. Que no existe una guerra invisible de los poderosos contra personas como tú, yo y esa misma vecina. Que todo es así porque es así. Y punto.
Pero opino que muchas de tus frustraciones, ansiedades, depresiones, insatisfacciones, tristezas, enfados, desilusiones… derivan de esto que intento explicarte. Somos vulnerables, estamos desprotegidos. Porque la no-ideología nos quiere solos, desunidos, baratos. E irreflexivos.
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📚 Lista de libros que quiero leer. ¿Alguna recomendación?
“¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz?”
-Frida Kahlo-
En su segunda acepción, la RAE dice que gregario es “que forma parte de un grupo sin distinguirse de los demás, especialmente si carece de ideas e iniciativas propias y sigue siempre las de los demás”.
Menudo melón que has abierto con tu carta de esta semana, Tamara. Creo que no darían mil líneas para comentar todo lo que se me ocurre acerca del tema, que es complejo y (desde mi punto de vista) apasionante.
Pero sí me gustaría coincidir contigo en que la adhesión sin juicio crítico a esa «no-ideología» de la que hablas provoca una desconexión total con el entorno, con la sociedad, que son los elementos que, al fin y al cabo, nos hacen humanos y solidarios.
Creo que uno de los males de nuestro tiempo, independientemente del sesgo político que se tenga, es la falta de interés por lo que sucede. Un interés que viene marcado por agentes externos y que solo se utiliza para manipular y crear estados, tanto de ánimo como de opinión, que en realidad nos son ajenos.
Me ha encantado tu aproximación al asunto y me gustaría que pudiésemos hablar más de ello en el futuro. (¿Colaboraciones? Se aceptan ideas.)
Un saludo
Gran reflexión, y muy bien estructurada.
La ideología es necesaria, pero para que todos lo entendamos quizá tengamos que trabajar en la importancia de entender que tener una ideología es algo propio. Puede que parta de un marco teórico establecido, pero que cada uno tiene que modular basándose en su forma de ver el mundo.
Y lo más importante, hablar de ideología y tener una ideología no es algo que esté ligado a partidos políticos. Parece que hemos llegado a un punto en el que hablar de política (o ideología) está únicamente ceñido al tóxico ambiente de partidos políticos, y no tanto a una discusión sobre lo valioso que es entender el mundo en el que vivimos y como esa ideología imperante es capaz de influenciar a la sociedad para que se mueva en una dirección u otra.
Más textos como estos son necesarios, sigue así!