Cuando empiezo a escribir una carta, lo primero que hago es copiar y pegar el cierre que ves al final. Es rara la vez que lo dejo tal cual lo tengo guardado y añadir o restar elementos es una especie de precalentamiento mental. Hoy me he detenido en el epígrafe de los libros que quiero leer. Iba a escribir una explicación sobre por qué esa lista. Pero para qué contarlo tan abajo.
Los que lleváis tiempo leyendo estas cartas ya sabéis que uno de los aspectos que más me ha costado de la maternidad es que apenas me deja tiempo para mí. Ya he hablado de la enorme crisis de identidad que afronté los primeros meses como madre. Y si bien todo está más calmado ahora, sigo teniendo dificultades para encontrar estos ratitos para mí. Ahora mismo estoy en uno de ellos. Cuando me escapo al gimnasio -una vez a la semana, dos a lo sumo- también es tiempo para mí. Y el resto de cortas ocasiones las dedico casi por completo a escuchar podcasts y a leer. En la lectura y en la escritura me reencuentro.
Te escribo y, según lo hago, me doy cuenta de que lo que te digo no es del todo cierto. Antes de ser madre también me costaba tener tiempo para mí. Ahora disfruto de un buen horario de mañana, pero hace años el trabajo ocupaba casi todo mi día. Al llegar la noche, como ahora, siempre pensaba que a la mañana siguiente empezaría a hacer lo que realmente me movía por dentro. Y así las mañanas y los años fueron pasando. Hoy soy de las veteranas de la redacción. Y no entiendo en qué momento dejé de ser aquella joven promesa (nunca lo fui, pero sí me sentía así) que creía ser. En aquella época leía menos. Prefería evadirme con la fiesta, la música, el cine, las series. Ya… tenía otra edad… lo sé. Luego ver cine y series se convirtió en una obligación profesional. Y así dejé de sentir amor por lo que hasta entonces había considerado que era arte y no una industria de entretenimiento vacío, que es como lo veo ahora.
Cuando leí ‘Gozo’, de Azahara Alonso Gómez, me sentí muy identificada con lo que narraba en las primeras páginas, cuando recordaba que se cansó de sentir que vivía solo cuando estaba de vacaciones. Yo he tenido esa misma sensación infinidad de veces. Siempre que he pensado cómo sería mi vida si fuera rica, lo que más me emocionaba era el tiempo del que dispondría para hacer lo que sentía que estaba llamada a hacer. El tiempo que tendría para escribir. Escribir no como escribo estas cartas, que a veces, como hoy, tecleo con prisa. Sino con calma, despacio, moldeando cada palabra.
Ya he dicho antes que hace años me sentía una joven promesa. No sé exactamente de qué, si del periodismo, de la escritura… pero las etapas de la vida pasan y hoy creo que lo que de verdad anhelaba no era escribir, sino leer. Quizá porque, en parte, he perdido la confianza en que valga para escribir. Al menos, tal y como se lo decían los profesores a mis padres cuando era niña. O como mis padres me lo decían a mí. Ya no me veo como autora publicada. Escribo mejor o peor, pero lo hago por necesidad. En una de mis terapias con E. concluí que mi motivación para mandar estas cartas era el reconocimiento. Pero no es cierto. Escribiría estas cartas aunque solo las leyéramos tú y yo. No me importan los suscriptores, no llevo la cuenta ni hago recuento de cuántos gano o pierdo cada mes. Si tú estás, escribo para ti. Y, como dije en esta carta, también para mí:
Pero leer textos honestos me ilumina. Lo adoro. Te hablaba al principio de la lista de libros que quiero leer. Dice Álvaro que lo que él y yo tenemos se llama “tsundoku”. Y, sí: acumulo más libros de los que soy capaz de leer. Pero, a diferencia de lo que hacía cuando era joven, los compro con la certeza de que los leeré. No miento si digo que he pagado por algunos títulos solo porque pensé que tener esos ejemplares en mis estanterías hablaría de la clase de persona que soy o que esperaba ser.
Me parecía que tener a Bukowski o a Palahniuk en el salón me daría un aire poco convencional ante mis invitados. Leer es sexy, ya sabes. Lo mismo con las letras de Bob Dylan o las lecturas en otros idiomas. Ahora, cuando dono o revendo esos libros, lo que siento es una liberación instantánea. Es dejar sitio para lo que de verdad quiero leer. Ahora mismo, ‘Alison’, una novela gráfica de Lizzy Stewart; ‘La escritura como cuchillo’, de Annie Ernaux y ‘Trilogía’, de Jon Fosse. Me parece que ninguno de ellos ha estado mi lista. Pero aquí los tengo, en mi estantería.
Tiempo. Y ya voy camino de los 44. Creo que cuando empecé a trabajar inicié mi propia desconexión. A perder tu impulso revolucionario y tus ganas de comerte el mundo lo llaman madurar. Pero yo a veces pienso que es una forma de letargo espiritual. Lo que a mí me ha hecho madurar de verdad ha sido la maternidad. Me ha despojado de lo sobrante y me ha dejado con las esencias. Me ha ayudado a reenfocarme, a tener paciencia y a ser más creativa.
A pesar de ello, despido este mail sin saber siquiera cómo lo titularé. Ya sabes que estas cartas a veces son así: las lees según el pensamiento se va transformando en tinta electrónica. Y qué liberador es.
Gracias, de corazón, por leerlas.
Un abrazo,
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“Hoy es siempre todavía”
-Antonio Machado-
Preciosa y honesta Tamara
Amiga, nunca leeremos todo lo que queremos leer, pero solo el hecho de intentarlo es reconfortante —si no te rindes ante la frustración, claro—. Mi pila de libros crece y crece... ¿Acaso no significa eso que estoy vivo? ¿No es un reflejo de esa joven promesa que creías ser? Pues eso, a disfrutar del viaje. Y si solo te da tiempo a disfrutar de un bombón de la caja, no pierdas el tiempo pensando en el resto que te vas a perder, saborea el que tienes en la boca. Por cierto, ¿a qué sabe un bombón de Fosse? ¿Y de Erin Williams? De Poe si lo sé: a chocolate 99 % cacao. Ja, ja, ja.