Garabatos y cuentos #19 | Cafés y refugios
Hay establecimientos públicos donde las personas, en nuestra soledad, encontramos cierto cobijo rodeados de desconocidos.
Cuando mandé la última carta, algunos de vosotros me escribisteis preocupados por si estaba bien y me preguntabais a qué se debía la tristeza que reflejaba en La niña que fui.
Estoy bien. Como le dije a Ana, por ejemplo, para mí escribir estas cartas es terapéutico. Cuando tecleo sin rumbo, conecto conmigo misma. A veces me cuesta entrar en la carta pero, cuando lo hago, lo que me cuesta es salir de ella.
Es verdad que estas semanas están sucediendo episodios importantes. Pero te hablaré de ello más adelante. Como siempre, la vida ocurre.
La carta de hoy no será como la anterior. Sé -o creo que sé- hacia dónde voy antes de empezar a escribirla.
Gracias por estar al otro lado. Por los mails, comentarios y audios. Seguimos.
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No sé si alguna vez te lo he dicho, pero uno de mis refugios preferidos son las cafeterías. Siempre que me he mudado de piso, además de localizar supermercados, farmacias y paradas de autobús, me pongo como misión encontrar un lugar donde poder desayunar un buen café y una barrita con tomate. Puede sonar banal, pero en absoluto lo es. En casi todos los bares que visito -incluida la cantina de mi trabajo- ponen un café que tiene cierto regusto a quemado. Y el precio de las barritas con tomate suele ser inversamente proporcional a su tamaño y calidad. Hay quien te corta un pan del día anterior, lo reboza en mantequilla, lo pasa por la plancha de la bollería y te la sirve con una tarrina de aceite y otra de tomate industrial por 3,50 euros. Incluso, hay quien por menos te cobra 5,40 euros. Por eso, encontrar una cafetería donde pongan un buen café, una barrita decente y que, además, huela bien y sea acogedora (sobre todo si no vives en un barrio gentrificado, como yo) no siempre es un objetivo sencillo.
En Moratalaz he encontrado dos sitios así. Uno de ellos cerró hace justo un año y me dio una pena tremenda. Se llamaba Trigo Limpio. Era una tienda con panadería y cafetería, que hacía esquina y que tenía una luz preciosa. Además estaba decorada con estanterías llenas de libros antiguos que me recordaban a mi infancia. Su pan de centeno era exquisito y el tomate estaba recién rallado. Siempre tenía clientes, al menos, cuando yo estaba. Pero parece que no fuimos suficientes para hacer rentables aquel negocio y aquel alquiler.
Cuando cerró, deambulé durante días en busca de un sucesor. Fue así como descubrí la cafetería y heladería de la que ahora soy asidua. Se llama Tattasú y, si bien las barritas con tomate no pueden compararse con las de Trigo Limpio, están ricas y vienen acompañadas por el mejor café del barrio.
Como decía al principio, estos lugares son mi refugio del ajetreo diario. Allí leo, escucho podcast, música, anoto ideas para estas cartas y, cuando salgo, siempre me siento algo más plena que cuando entré. A partir de ese momento, cuando atraviese la puerta, sé que viviré el resto del día a la carrera hasta caer derrotada en la cama.
Los ratos en estas cafeterías me brindan esos pocos minutos diarios en los que estoy conmigo misma. En los que me escucho y me abandono a los pequeños placeres de una vida sin lujos, dedicada al trabajo y, hoy por hoy y por amor, a los demás.
Hay un cuento de Hemingway que se titula un ‘Un lugar limpio y bien iluminado’. Y si bien no tengo nada que ver con el viejo borracho ni con el camarero que lo protagonizan, sí comparto la convicción de que hay establecimientos públicos donde las personas, en nuestra soledad, encontramos cierto cobijo rodeados de desconocidos. Rodearse de desconocidos puede ser la forma más romántica de tropezar con el amor, de encontrar la amistad, la inspiración, la complicidad de una mirada ajena. De ver sin ser vistos. De ver y ser vistos. De acallar voces escuchando voces. De pensar. De imaginar. De planear futuros. ¿Cómo iba a valerme cualquier desayuno y cualquier lugar para esto?
Y tú, dime, ¿tienes algún sitio donde encuentres esa calma cerca de casa? ¿Una cafetería, ese banco del parque, un bar, la orilla del mar? ¿Prefieres la música o el silencio? ¿El café o el vino? ¿Unos minutos solo o en compañía?
Te leo.
Un abrazo,
📩 Si te ha gustado esta carta, hazme un gran favor y reenvíasela a quien tú quieras. Es una manera generosísima de decirme que lo que hago merece la pena.
Ya sabes que, como siempre, estaré encantada de que continúes la conversación por email.
Si lo prefieres, también puedes darme un ❤️ o dejarme un comentario.
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“Los paraísos perdidos solo están en nosotros mismos”
-Marcel Proust-
El café y las barritas con tomate ❤️ Es ver y pedir ese desayuno y recordarme a ti. Cómo me gustan tus cartas, amiga. Te quiero 😘